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Revista de Folklore número

474



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Notas etnohistóricas sobre chimeneas y glorias en la Edad Media y el Renacimiento (a propósito de textos de Hugh Thomas y Manuel Fernández Álvarez)

MARTINEZ ANGEL, Lorenzo

Publicado en el año 2021 en la Revista de Folklore número 474 - sumario >



D. Emilio Lledó escribía en cierta ocasión: «El historiador busca, en el fondo, entablar un diálogo con totalidades del pasado que sólo son parcialmente visibles entre los restos que de él nos quedan»[1]. Y no le faltaba razón. En ese diálogo con lo pretérito la etnohistoria proporciona una enorme cantidad de información para la reconstrucción, siempre parcial, de los tiempos anteriores a nosotros, y de modo muy especial en esa línea de investigación que supone el estudio de la vida cotidiana, que tanta importancia alcanzó gracias a la Escuela de los Annales.

En el presente trabajo vamos a analizar, con el enfoque que acabamos de mencionar, dos aspectos de un tema de singular interés, como es el del fuego en las viviendas[2], a propósito de dos comentarios realizados por grandes autores, cuya magnífica y conocida producción historiográfica hace innecesaria su presentación: Hugh Thomas y D. Manuel Fernández Álvarez.

Entre los libros del primero se encuentra uno dedicado a la conquista de México en el siglo xvi, y en él, comentando las características de las casas de la ciudad de Tenochtitlán, escribe:

Sin duda había mucho humo, sobre todo por la mañana, cuando las mujeres preparaban tortillas para la comida principal (como en Castilla, en México no se conocían las chimeneas)[3].

Es normal que un historiador se interese por este tipo de temas. Así, por ejemplo, décadas atrás, Jean Descola lo hacía en relación a viviendas en Perú durante la época colonial[4]. Lo que sucede es que esa afirmación de Hugh Thomas, indicando que en la Corona de Castilla a comienzos del siglo xvi «no se conocían las chimeneas», no nos parece plenamente acertada, pues da la impresión de ser una generalización que, como tal, implica un grado de error.

Don Manuel Fernández Álvarez, a quien volveremos a referirnos después, escribió, en alusión al mencionado siglo xvi:

En cuanto a los interiores de las viviendas, los testimonios artísticos son los mejores, con el claro inconveniente que sólo nos dan luz sobre las mansiones de los poderosos…[5]

Esto nos conduce a una clara diferenciación en el análisis de la cuestión: las casas de los acomodados y las viviendas populares.

Si atendemos a estas últimas, lo cierto es que una parte de las mismas, efectivamente, no conocía las chimeneas. Basta recordar, por ejemplo, muchas edificaciones populares con techumbre vegetal en el noroeste peninsular (territorio perteneciente a la antigua Corona de Castilla a la que alude el historiador inglés anteriormente mencionado) que carecían de chimenea, y en cuyo interior, como en las casas aztecas de las que habla Hugh Thomas, el humo cargaría densamente la atmósfera.

Si, por el contrario, nos fijamos en edificaciones correspondientes a los estamentos privilegiados, podremos observar que, sin embargo, las chimeneas sí eran conocidas en la Corona de Castilla. Resulta pertinente citar un trabajo de un reconocido experto en Historia del Arte, como lo fue el Marqués de Lozoya, titulado «La chimenea en la historia», en el que recoge ejemplos de diversas épocas, como la del Palacio de Gelmírez –del siglo xii[6]–, la del Monasterio de Carracedo –de la centuria siguiente[7]– y, de épocas posteriores, más cercanas a la conquista de México anteriormente mencionada, las del Palacio de Cogolludo y de la hospedería de la Cartuja de Miraflores[8]. Y también nos recuerda el Marqués de Lozoya que «en el esqueleto de muchos castillos de la meseta central es frecuente advertir la huella de chimeneas abiertas en el muro»[9].

No vamos a hacer una mención pormenorizada de ejemplos de chimeneas antiguas en el territorio de lo que acabó siendo la antigua Corona de Castilla, pues las muestras que cita el Marqués de Lozoya son suficientemente significativas. Mas, habiendo sido mencionado el Monasterio de Carracedo, no nos resistimos (por nuestra vinculación personal con la provincia en la que se encuentra), a citar alguna chimenea con cientos de años a sus espaldas en territorio leonés. Sin salir de la ciudad de León, hay una hermosa chimenea renacentista en el Palacio de los Guzmanes (sede actual de la Diputación Provincial) y otra, monumental por su tamaño, en la zona de entrada del recientemente restaurado Palacio de los Condes de Luna. Se conserva una chimenea del siglo xiv en el Museo de León, proveniente del palacio gótico que se acabó transformando en el Monasterio de las Concepcionistas[10], y de San Marcos podemos citar una interesante referencia, recogida por D. Mariano Domínguez Berrueta:

Cuando D. Francisco de Quevedo vino a San Marcos, el edificio llegaba desde la Iglesia a la portada principal.

El edificio de entonces está minuciosamente descrito en la memoria de los Visitadores de la Orden, de 1601, que se conserva en el Archivo Histórico Nacional.

Quevedo entró por la portería de la iglesia y cruzando por los graneros del Convento se arribaba al Claustro.

«Entrando por la portería está una escalera por la cual se sube a un aposento de una saleta que tiene una chimenea e una cámara e un rretrete con delantera de rexa…»[11].

Y, hablando de León[12], no podemos dejar de mencionar una imagen, muy conocida, que muestra cómo sería la lumbre en el suelo, sin chimenea, típica de muchas viviendas de los no privilegiados; nos referimos a la representación del mes de diciembre del calendario románico pintado en el Panteón de Reyes de San Isidoro de León. Esto no puede dejar de recordarnos (tanto por lo que tiene en común como por lo que la diferencia de la que acabamos de citar) una escena, correspondiente al mes de febrero, que aparece en el famoso códice Las muy ricas horas del duque de Berry, a propósito de la cual se ha escrito:

La casa del administrador es la que aparece aquí. Sus ocupantes no vivían como los pobres. Las cabañas de los jornaleros tenían fuego en el centro y el humo se elevaba sin chimenea hacia el techo. Aquí, sin embargo, se ven los muros de una chimenea a la izquierda[13].

Esto enlaza con nuestro hilo argumental. Viviendas populares sin chimeneas y edificaciones de los grupos sociales acomodados y/o privilegiados con ellas. Siendo cierto esto, no nos da una imagen global del tema, pues, por ejemplo, no podemos olvidar (aunque no es objeto del presente trabajo) el uso, frecuentísimo en el territorio de la Corona de Castilla durante el Siglo de Oro, de los braseros. Tan frecuente que aparecen por doquier en las fuentes históricas: desde la posesiones de nobles adinerados[14] a las obras literarias[15].

Y no queremos dejar de realizar una observación. La lengua en la que Hugh Thomas escribía era la suya materna, el inglés. En castellano usamos «chimenea» tanto para el lugar del fuego como para la salida del humo, mas en inglés para lo primero se emplea «fireplace» y para lo segundo «chimney»[16]. Sin olvidar la obvia conexión entre ambos elementos, y sin entrar tampoco en detalles, lo cierto es que hemos observado en representaciones de ciudades de la Corona de Castilla del Renacimiento que aparecen chimeneas, entendidas estas en su sentido de salidas de humos, de norte a sur, desde León[17] hasta Sevilla[18]. Es más, si nos fijamos en un cuadro de Pedro Berruguete de finales del siglo xv, titulado «Auto de fe presidido por santo Domingo de Guzmán», conservado en el Museo del Prado, podremos observar, en la edificación representada al fondo, que también aparece. Y, dicho sea de paso, este elemento resulta de interés para la Historia del Arte sobre el que ya se ha escrito algún trabajo relevante[19].

Para finalizar esta primera parte del presente artículo, diremos que en la Corona de Castilla sí se conocían las chimeneas en las edificaciones de los estamentos privilegiados, mientras que en los ambientes populares habría zonas enteras en las que, en muchos casos, no se utilizarían. Hugh Thomas dio solo una pincelada al respecto, realizando solo un comentario tangencial sobre un tema en el que no profundizó por ser meramente circunstancial en su magna obra, y no se le puede pedir, por ello, un grado de exactitud total.

Y pasamos a la segunda parte, donde nos ocuparemos de las glorias, ese sistema de calefacción tan común en Tierra de Campos. Hemos mencionado anteriormente a D. Manuel Fernández Álvarez, y también a Pedro Berruguete. Precisamente vamos a comentar un texto del primero sobre una obra del segundo distinta de la aludida anteriormente; sobre la vivienda del siglo xvi escribe:

Quizá, a este respecto, el cuadro más valioso sea el que nos depara Pedro Berruguete, con su cuadro sobre los pretendientes de la Virgen, que puede admirarse en el retablo de la iglesia de Santa Eulalia de Paredes de Nava. El cuadro tiene el doble valor testimonial […] de ofrecernos un interior de una casa acomodada de Tierra de Campos, con el ama de casa y las sirvientas haciendo labor sobre la <<gloria>>, o estrado que puede calentarse mediante galerías subterráneas, desde una pieza auxiliar donde está el horno que se enciende con paja[20].

D. Manuel Fernández Álvarez fue un magnífico conocedor de la sociedad del siglo xvi desde diversos puntos de vista, y muestra de su buen hacer como historiador es que también utilizase la cultura popular para sus investigaciones. Mas en el caso en concreto citado, hemos de disentir, por dos razones. La primera, porque, en nuestra opinión, nada en la representación del cuadro sugiere la existencia de la gloria. La segunda, porque, aunque tiene un obvio paralelismo con el hypocaustum de época romana, lo cierto es que «la generalización del uso de la gloria como sistema básico de calefacción en estas comarcas es un acontecimiento relativamente moderno, de finales del siglo xix o –sobre todo– del primer tercio del siglo xx. Puede que en la Edad Media existiera algún habitáculo parecido a la gloria, pero siempre de forma aislada, excepcional o suntuaria»[21].

El tema de los sistemas de calefacción a lo largo del tiempo es, sin duda, un campo donde cabe seguir profundizando, y donde la etnografía tiene mucho que seguir aportando a la investigación histórica. Los dos grandes historiadores que hemos mencionado en el presente artículo, Hugh Thomas y D. Manuel Fernández Álvarez, más allá de un error puntual (de lo que, obviamente, nadie estamos ajenos, y que de ninguna manera empaña la gran calidad de sus magníficas obras), son buenos ejemplos de lo útil e importante que para el estudio de tiempos pretéritos es el conocimiento de la cultura popular.




NOTAS

[1] EMILIO LLEDÓ, Filosofía y lenguaje, Barcelona 2015, p. 95.

[2] Es un tema que, incluso, ha aparecido en la reflexión filosófica, como se ve en UMBERTO ECO, A hombros de gigantes. Conferencias en La Milanesiana 2001–2015, Barcelona 2018, p. 131.

[3] HUGH THOMAS, La conquista de México, Barcelona 2015, pp.398–399.

[4] JEAN DESCOLA, La vida cotidiana en el Perú en Tiempos de los españoles. 1710–1820, Buenos Aires 1962, p. 108: «LAS CASAS DE LOS INDIOS DE LAS SIERRAS […] Un agujero en el techo permitía la salida del humo del hogar. Un solo fuego, el de la cocina…»

[5] MANUEL FERNÁNDEZ ÁLVAREZ, El siglo xvi. Economía. Sociedad. Instituciones, Madrid 1994, p. 449.

[6] MARQUÉS DE LOZOYA, «La chimenea en la historia»: VV. AA., Chimeneas, Madrid 1951, p. 16,

[7]Ibíd., pp. 16–17.

[8]Ibíd., pp. 19–20.

[9]Ibíd., p. 17.

[10] JUAN ANTONIO GAYA NUÑO, Historia y guía de los museos de España, Madrid 1968, p. 332.

[11] MARIANO D. BERRUETA, Guía del caminante en la ciudad de León, León 1957, p. 74.

[12] No queremos dejar de mencionar, habiendo ya citado la chimenea del Monasterio de Carracedo, que cerca de allí, en la misma comarca de El Bierzo, hay otro interesante ejemplo, visible en el Castillo de Ponferrada.

[13] ROSE–MARIE Y RAINER HAGEN, Los secretos de las obras de arte. Tomo 1, Köln 2003, pp. 20 y 25.

[14] Aparecen, por ejemplo, en el listado de los bienes de D. Diego Hurtado de Mendoza (MERCEDES AGULLÓ Y COBO, A vueltas con el autor del Lazarillo. Con el testamento y el inventario de bienes de don Diego Hurtado de Mendoza, Madrid 2010, p. 68).

[15] Por ejemplo, MARÍA DE ZAYAS, Novelas amorosas y ejemplares, Barcelona 1983, p. 5: «…una tarde de las cortas de Diciembre, cuando los hielos y terribles nieves dan causa a guardar las casas y gozar de los prevenidos braseros…».
Quede claro que braseros y chimeneas no se excluían mutuamente. Baste como muestra, aunque no del Siglo de Oro, sino del siglo xix, un testimonio recogido por el famoso George Borrow, referido a una casa religiosa de la anteriormente mencionada comarca de El Bierzo: «…their braseros and chimneys…» (GEORGE BORROW, The Bible in Spain. Vol. II, London 1846, p. 116).

[16] Es evidente que las traducciones pueden generar algún que otro problema, y esto ya ha sido observado en relación a alguna obra de Hugh Thomas (ADOLFO CARRASCO, «Hugh Thomas, hispanista y europeísta»: El Cultural –8-5-2017–).
A propósito de esto, diremos que nadie está exento de una interpretación incorrecta por causa de una palabra con más de un significado, y no solo en el ámbito de las traducciones. A modo de muestra, comentaremos que, en cierta ocasión, un lector nos preguntó por el correcto sentido de una frase que publicamos, porque empleamos una palaba con posible doble significado. La frase en concreto era: «Y esto no significa que todos los conceptos de bondad sean iguales, ni tan siquiera aceptables (el ejemplo de la Inquisición sigue poseyendo validez)» (LORENZO MARTÍNEZ ÁNGEL, Humanismo, neohumanismos y sentido de la enseñanza, León 2009, p. 47, nota 154). El diccionario de la Real Academia Española recoge que «ejemplo» significa, en su primera acepción, «Caso o hecho sucedido en otro tiempo, que se propone, o bien para que se imite o siga, si es bueno y honesto, o para que se evite si es malo.» Obviamente, la Inquisición es un ejemplo malo, que tiene validez permanente para recordar lo inaceptable de los métodos que utilizó. Aunque los inquisidores creyesen que defendían el bien, lo cierto es que los procedimientos que utilizaron y su intolerancia hacen que su concepto de bondad no sea asumible. Pero, para entender bien nuestra frase, hay que (además de atender, claro, al contexto en el que se encuentra y al sentido común) recordar que la palabra «ejemplo» también puede tener un sentido negativo.

[17] Dibujo de la zona de la Catedral de León a finales del siglo xvi reproducido en ANTONIO T. REGUERA RODRÍGUEZ, «El desarrollo histórico–urbanístico en torno a la Catedral de León»: JESÚS PANIAGUA PÉREZ – FELIPE F. RAMOS (coords.), En torno a la Catedral de León, A Coruña 2004, 263–283, concretamente p. 266.

[18] Plano publicado en 1572 reproducido en JOSÉ MANUEL RUIZ ASENCIO, La biblioteca de Hernando Colón, una aventura bibliográfica del siglo xvi, Valladolid 2008, p. 25.

[19] Por citar un solo ejemplo, mencionaremos el siguiente:
–FRANCISCO SANZ FERNÁNDEZ, «Esculturas de humo: chimeneas y caños del Renacimiento en la Alta Extremadura»: Anuario del Departamento de Historia y Teoría del Arte, 22 (2010) 57–72.

[20] MANUEL FERNÁNDEZ ÁLVAREZ, o. c., p. 449.

[21] JOSÉ LUIS DÍEZ VARONA, «Viejas glorias castellanas» (huermeces.blogspot.com/2017/03/viejas–glorias–castellanas.html).



Notas etnohistóricas sobre chimeneas y glorias en la Edad Media y el Renacimiento (a propósito de textos de Hugh Thomas y Manuel Fernández Álvarez)

MARTINEZ ANGEL, Lorenzo

Publicado en el año 2021 en la Revista de Folklore número 474.

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