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La piedra bezoar
El bezoar es una enigmática piedra que ha rivalizado con el mítico cuerno del unicornio en virtudes sobrenaturales, belleza y precio en el mercado. Su principal propiedad es ser un mágico y efectivo antídoto contra cualquier tipo de envenenamiento. Su uso se remonta a la mitad siglo del xiii en Asía Menor, la región ocupada por la actual Turquía, donde se encontraba ampliamente difundido entre nobles y plebeyos temerosos de ser envenenados por sus adversarios. Pero, más allá de sus fantásticos prodigios medicinales, el bezoar no es más que una masa de material no digerido acumulado en el estómago, intestino delgado o vías urinarias de algunos mamíferos, incluida la especie humana, y que, habitualmente, adquiere la forma esférica u ovoide de un cálculo o piedra (Milton y Axelrod, 1951; Aram, 2014; Barroso, 2014).
Si el ingrediente principal del bezoar es pelo, recibe el nombre de tricobezoar (fig. 1), como las conocidas bolas de pelusa que regurgitan gatos y conejos. También, la masa del bezoar puede estar constituida de materia vegetal (fitobezoar), proteína de leche (lactobezoar), minerales, goma laca (resina vegetal), residuos de medicamentos (farmacobezoar) y hasta por goma de mascar. Sin embargo, a pesar de esta amplia diversidad de bezoares, solo el obtenido del estómago de la cabra salvaje asiática, Capra aegagrus, ha gozado históricamente de mayor prestigio por su efectividad y pureza. De hecho, esta cabra fue nombrada pazam o «un antídoto contra el veneno» por los persas, donde zahar significa veneno, y pa una cura (Fragoso-Arbelo et al., 2002; Rimar et al., 2004; Eng y Kay, 2012; Millones-Figueroa, 2014; Espinoza-González, 2016; Borschberg, 2016).
La asombrosa formación del bezoar y sus virtudes de sanación
Entre las varias versiones recogidas por la tradición oral asiática, donde se explica la asombrosa formación de los bezoares en el interior del cuerpo de la cabra salvaje, está aquella que cuenta el gusto que experimenta este mamífero, por atrapar y devorar serpientes venenosas durante cierta estación del año. Así, cuando el veneno de los ofidios deglutidos se extiende por todo su cuerpo y lo calienta, se introduce de inmediato en el agua de una charca, río o laguna para refrescarse. Mientras baja su temperatura corporal, aprovecha para comer las plantas curativas que crecen en esos ambientes. Los poderosos compuestos medicinales de las plantas se congelan y solidifican en su estómago hasta formar una dura piedra compuesta de varias capas, similares a las de una cebolla (fig. 2). De esta forma, la piedra atrapa y contiene en su interior al veneno, acción que impide la intoxicación y muerte del animal. Precisamente, la mezcla sobrenatural de elementos curativos y ponzoñosos, dotan al bezoar de sus mágicas propiedades terapéuticas (Pomet, 1694; Millones-Figueroa, 2014).
Sobre las virtudes de sanación de los bezoares, se ha dicho que éstas se intensificaban mientras más grandes, pesados y duros fueran, lo que además incrementaba considerablemente su precio en el mercado (Espinoza-González, 2016). Solo para tener una idea de lo valioso que podían llegar a ser, se retoma un pleito civil de 1578, documentado en el Archivo de la Real Cancillería de Valladolid (Ministerio de Cultura y Deporte, 2021), donde Francisco Vaca demanda a Francisco de Aguilar el pago de 200 ducados de oro, un poco menos de €4,500 euros de ahora, por una piedra bezoar que le cedió para su valoración. De igual forma, los jerarcas, como el rey Felipe II de España (1527-1598), los tenían en muy alta estima, pues en el inventario de sus pertenencias (Sánchez Cantón, 1956-1959), se contaba con casi cien piedras bezoares de diferentes tamaños y, algunas de ellas, finamente decoradas con oro y plata.
Su administración como medicamento
Por otro lado, además de sus propiedades antiveneno, la medicina mágica las dota de propiedades para curar la melancolía, males del corazón y hasta calenturas pestíferas. En cuanto a la forma de administrarla como medicamento, la más comúnmente practicada en las cortes europeas del Medievo y Renacimiento, era colocarla en un recipiente (bernegal) donde se remojaba en vino, vinagre, así como aguas de azahar, borrajas (Borago officinalis, planta cuyas hojas y flores contienen alcaloides tóxicos) o lengua de buey (Anchusa officinalis, planta utilizada generalmente como sedante y analgésico). De igual forma, cuando la piedra se ponía en contacto con líquidos o alimentos envenenados, se creía que de inmediato neutralizaba sus efectos tóxicos (Espinoza-González, 2016).
En ocasiones el bezoar, que podía ser de una diversidad de colores, se maceraba o raspaba para obtener un polvo que, disuelto en líquido, se utilizaba en la preparación de un brebaje curativo. De igual forma, sus poderes contraveneno para nada menguaban al colocarlo directamente dentro de la boca de la persona afectada por algún mal. De hecho, su gran poder místico, estimuló tasar su precio a partir de su peso en oro, por lo que, quienes no lo podían comprar, la alquilaban. También, se utilizaba como amuleto al engarzarlo en brazaletes o colgantes y decorarlo con oro y piedras preciosas al estilo de los famosos huevos Fabergé (Maxwell, 1911; Gimlette, 1923; González-Alcalde et al., 2010; Millones-Figueroa, 2014; Borschberg, 2016).
Bezoares del Nuevo Mundo
En el Viejo Mundo se podían encontrar bezoares de gacelas, rinocerontes, serpientes, babosas marinas, antílopes, bueyes, arañas y hasta dragones; de estos últimos, se dice que hacían uso de sus bezoares para alumbrarse el camino en la oscuridad de la noche. No obstante, en el Nuevo Mundo también se podían encontrar estas piedras mágicas en llamas (fig. 3), vicuñas, guanacos, alpacas, tapires, caballos, perros, mulas y venados; aunque, eran considerados de menor calidad mágica que las provenientes de Asia (Grenón, 2013; Millones-Figueroa, 2014; Llamas Camacho y Ariza Calderón, 2019).
Al respecto, se ha documentado que existió un comercio de bezoares, alentado por los jesuitas, del mundo Novohispano al Viejo Mundo, pues mientras que para los amerindios el bezoar era solo un talismán para la caza, para los europeos era una valiosa mercancía farmacéutica (Millones-Figueroa, 2014; Llamas Camacho y Ariza Calderón, 2019). Tan importante era este comercio de bezoares, desde Perú pasando por México, que Bernardo de Balbuena (Valdepeñas, Reino de Toledo, 1562-1627, San Juan Bautista, Puerto Rico), considerado como el primer poeta americano, deja constancia de ellos al mencionarlos como parte de los atractivos de México en su poema Grandeza Mexicana de 1604: «…De la gran China sedas de colores, Piedras Bezar de los incultos (= agrestes, no cultivados) Andes, De Roma estampas, de Milan primores…» (de Balbuena, 1927).
Talismán contra el mal
La superstición sentencia que, además de ser un poderoso afrodisiaco, el polvo del bezoar evita la hidrofobia al colocarlo directamente sobre la mordida de un perro rabioso, su empleo como talismán es efectivo en contra de la enfermedad y los espíritus demoníacos. Asimismo, quien cuente con la dicha de portar uno como colgante, nunca se apartará del camino de la felicidad. En China se preparaba un elíxir con opio y polvo de bezoar de vaca para aliviar el dolor de pecho. En los Estados Unidos, donde a la piedra bezoar se le designa «madstone», lo que se interpreta como «piedra contra el mal», existe el mito de que Abraham Lincoln llevó a su hijo mayor Robert a Terre Haute, Indiana, para que tocara un bezoar a causa de la mordida de un perro rabioso (Georges y Jones, 1995; Lind, 2006).
Se piensa que fueron los cruzados quienes difundieron por Europa las propiedades sobrenaturales del bezoar asiático, pues en una antigua iglesia templaria de Florencia se encontró un jarrón con la figura grabada de San Pablo, flanqueada por dos flores de lis, siendo mordido por una serpiente (en el libro bíblico de Hechos 28: 3-5, se narra que el apóstol fue mordido por una serpiente sin sufrir daño alguno). Junto a la imagen se lee una inscripción en latín que se traduce como «En el nombre de San Pablo, y por esta piedra, expulsarás el veneno». En otras palabras, parece que el talismán no actuaba sin la intervención de una fuerza divina superior (China, 1889; Hoffman, 1889; Milton y Axelrod, 1951; Lind, 2006).
BIBLIOGRAFÍA
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Borschberg, Peter. «The Euro-Asian trade in bezoar stones (approx. 1500 to 1700)». En Artistic and cultural exchanges between Europe and Asia, 1400-1900: rethinking markets, workshops and collections, editado por Michael North, 29-43. London: Routledge, 2016.
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