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Revista de Folklore número

505



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Encuentros fatales con la Tisigua: relación con lo sagrado y función social

CUELLAR ESCAMILLA, Donají

Publicado en el año 2024 en la Revista de Folklore número 505 - sumario >



Los testimonios y leyendas de la Tisigua de las que trataremos provienen de las culturas zoque y mam de Chiapas. Se trata de una aparición fantasmal de una mujer-serpiente, o de una mujer-calavera que seduce a jóvenes no experimentados en materia sexual, a borrachos, mujeriegos, caminantes solitarios y choferes disolutos que transitan durante las noches por sitios inhóspitos, sea para espantarlos, robarles el alma o enloquecerlos. Por su caracterización, su transformación en serpiente, los lugares donde aparece y las acciones que realiza, el personaje está estrechamente vinculado con el orden de lo sagrado, de acuerdo con la actual cosmovisión de zoques y mames.

A partir de una muestra representativa de testimonios y leyendas de la Tisigua, de documentación actualizada acerca de las cosmovisiones de los zoques y los mames, y de la aportada por el antropólogo veracruzano Félix Báez, ofrezco una explicación acerca de su naturaleza sagrada y su asociación con una deidad de la tradición zoque, con el objeto de posibilitar una mayor comprensión acerca del personaje y la función social que cumple.

Los testimonios y leyendas más abundantes pertenecen a la cultura zoque, especialmente de Tuxtla Gutiérrez, donde el locus terribilis suele ser el río Sabinal; en menor medida, de Copoya y Ocozocoautla, donde los loqua son cerros y montañas; sólo cuento con una versión mam de Tapachula, que pertenece a la costa chiapaneca.

En Tuxtla Gutiérrez se han recogido testimonios que nos informan acerca de su apariencia, las formas en que daña a los hombres y los lugares donde aparece. El primero, de David Díaz, cuenta que la Tisigua, también conocida como la Mala Mujer, se aparece a la medianoche por las calles, convertida en una hermosa mujer, para llevarse a los disolutos, quienes la siguen hasta el río, donde ella empieza a nadar para que la sigan. Una vez que los hombres van tras ella río adentro, muestra su rostro de calavera (Aguilar Tamayo 2019, 271). El segundo, de Rosel Hernández, destaca la apariencia de la Mala Mujer, que suele caminar sola por las calles; usa una vestimenta blanca y elegante, pero tiene patas de gallo al revés, por lo que se cree que es el diablo convertido en mujer. Ella los mete al río o los interna en el monte para que se extravíen. Al día siguiente, los hombres aparecen rasguñados o golpeados debido a sus esfuerzos por salir de entre los bejucos y las espinas donde quedan atrapados (Aguilar Tamayo, 282-283).

La aparición también se conoce como la Tishanila en la costa chiapaneca; la Tisigua es la denominación que recibe en los altos. También suele aparecer en las cañadas, como la del camino de Tuxtla a San Fernando, donde hay muchos accidentes. En ese tramo se les aparece por la noche a los taxistas que dejan pasaje en San Fernando, vestida de blanco, pidiendo aventón. Y, sin hablar, se sube en los asientos traseros y de pronto desaparece, dejando muy asustado al taxista (Aguilar Tamayo, 282-283). En las leyendas revisadas de Tuxtla, los hombres que ataca la Tisigua son jóvenes púberes inexpertos en materia sexual, un borracho y un hombre que funge como héroe solar.

Rosel Hernández atestigua que un compañero llamado Abel Vázquez, un sábado en Terán, ya pasada la medianoche, estaba en la cantina bebiendo cerveza, cuando de pronto, al voltear hacia la puerta, vio una mujer de cabello largo, a quien no se le veía la cara porque estaba vestida de blanco, como novia, con un velo; era güera, alta y delgada y desde afuera lo llamaba a señas con insistencia. También a señas, Abel le preguntó si se refería a él y ella asintió. Entonces Abel salió tras ella diciéndole a la cantinera que de inmediato regresaría. Pero, cuando salió, la mujer ya estaba como a diez metros de distancia y continuó haciéndole señas procaces; Abel decidió ir tras ella sintiéndose muy conquistador. Pero la mujer empezó a jugar con él a no alcanzarla; se movía mucho más rápido que Abel, hasta que éste se enfadó pidiéndole que se detuviera. Ella no hizo caso y lo siguió llamando a señas hasta llevarlo al río Sabinal, por el que se tenía que atravesar por troncos y saltar hacia la otra orilla, mientras Abel se preguntaba cómo lo había logrado y se dispuso a seguirla. Pero en vez de alcanzar el otro lado, se resbaló y cayó a las aguas lodosas, donde empezó a hundirse y paralizarse como por arte de encantamiento, mientras la mujer se reía burlonamente de él:

[…] se empieza él a hundir y a tratar de salir y no podía nadar, lo sentía muy hondo el río y no podía, no podía, estaba atado pues los brazos, no los movía como él quería y no podía, y la mujer se reía, y la mujer dice que le decía: ¡Ah ja, ja, te engañé, te engañé! dice que le decía y él ya no le hacía caso pues, ¡te engañe te engañé! le decía nada más y ya él le dice ¡pinche vieja! hijadelachingada me hiciste caer aquí en el agua pero ahorita que salga me la vas a pagar.

Sin embargo, Abel no pudo salir y, al día siguiente:

despertó ya de cruda de la borrachera y resulta que […] donde se estaba ahogando [,] no existía más que el agua natural y los charquitos de agua que siempre hace el río, y en las raíces no había tal laguna, nunca hubo, pero él ahí amaneció todo mojado y aparte de eso [,] todo golpeado porque se porraceaba […] con las raíces de los palos […] que están ahí, pues no se lastimó, pero sí se golpeó.

Cuenta Rosel Hernández que cuando Abel relató este encuentro, llegaron a la conclusión de que se trataba de la Mala Mujer, quien toma la forma de la esposa, la querida o la novia del hombre ebrio o en su juicio (Aguilar Tamayo, 279-281).

En tres versiones tuxtleñas de la leyenda, la Tisigua seduce a jóvenes púberes llevándolos por caminos y pozas del río Sabinal, con fatales consecuencias. El primer texto, a medio camino entre el testimonio y la leyenda, es de Antonio Francisco Rodríguez Alvarado, quien tiene un blog de varios temas sobre las culturas mesoamericanas, llamado Parnassus Americano (2012). El autor la define como «Ente sobrenatural zoque, considerado como una mujer yoki[1] (ajena a la raza y al idioma, extranjera), o Mala Mujer […] Se encuentra en los caminos o en las pozas de los ríos, con su cabello largo, desplegado para provocar a los hombres que no se han portado bien social y familiarmente . Se dice que este personaje fue creado por los viejitos, para que los jovencitos no anduvieran de parranderos y coscolinos». También cuenta que las familias tuxtleñas

narraban acontecimientos que se suscitaron en el río Sabinal […] a los jóvenes que se quedaban por largas horas bañándose en las hermosas pozas que se formaban junto a los gruesos troncos de los ahuehuetes (sabinos). [Ahí] se les aparecía la Tisigua, mujer hermosa que les provocaba el mal conocido como Kojamtokoyo (perder la razón), o los metía en los peroles de miel caliente de las moliendas.

El acosado podía ser cualquier hombre o muchacho zoque que, al pasar por alguna poza, cuyas aguas cristalinas eran refrescadas por la sombra de algún ahuehuete, se incitaba para descansar y bañarse en ella. Al momento de estar nadando escuchaba detrás de él palmadas, pero al voltear rápidamente hacia la orilla sólo lograba ver que las hierbas se movían como si alguien que lo estuviera espiando se ocultara; al proseguir nadando escuchaba nuevamente las palmadas, esta vez acompañadas de un silbidito como invitación, y casi de inmediato emergía de las aguas frente a él una hermosa mujer rubia, de larga cabellera, ojos azules y nariz perfilada, vestida con una túnica de gasa transparente que dejaba ver todo su bien torneado cuerpo. Al ver aquella divinidad, sentía su ser hervir, sentía que el corazón se le salía y deseaba impetuosamente tener una aventura con ella, por lo que empezaba a nadar vigorosamente hacia ella sin poder alcanzarla. Cuando más contento estaba por alcanzarla, se dio cuenta que la bella mujer ya estaba fuera del agua detrás de un grueso ahuehuete. Él trató de seguirla, pero inmediatamente la guapa mujer moviéndose como víbora se escabullía por entre la maleza a pesar de las espinas y garfios que abundaban más allá de la orilla, sin lastimarse; en cambio el pobre muchacho, se iba cayendo y levantando entre el espinero y la maleza con peligro de pisar una culebra. Su vista estaba clavada en aquella hermosa cara que le sonreía, en aquellos ojos que le hacían guiños. Se lanzó justo al lugar exacto atrapándola. La abrazó y se besaron largamente, sin decir palabras. Al poco rato, la maligna mujer volvía a meterse en la poza y él tras de ella tratando nuevamente de abrazarla y comérsela a besos. Ella agarró el sombrero de él, y llenándolo de agua se acercó al joven poniéndoselo en la cabeza: al verlo con el sombrero que escurría un agua lodosa, olor a azufre, ella regocijada empezó a dar vueltas sobre sí misma, burlándose de él se carcajeaba y sonaba las manos al palmear sus propios muslos, así la Tisigua celebraba su triunfo. Él queriendo defenderse, gritaba para reclamarle, pero no podía articular las palabras para hablar con claridad. Mientras él balbuceaba, todo alelado, idiota, con la mirada perdida, ella, la malvada mujer, la enloquecedora, desapareció entre los árboles.

Desde ese momento los hombres perdían la razón para siempre, echaban a andar con los ojos perdidos y la boca abierta, caminando sin rumbo fijo. Ningún curandero podía salvarlos. Algunos llegaban a decir, que su situación era subsanable si se pedía perdón a la iglesia. Acababan pidiendo comida de casa en casa, queriendo ver en cada persona que los socorría, aquella hermosa cara que le sonreía y esos ojos que le hacían guiños, y que fueron las causas mágicas de su locura.

La siguiente versión tuxtleña es del blog Rosa Palanqueta (2017), quien tiene la creencia de que la leyenda fue creada por los ancianos que «no querían que los jóvenes anduvieran de locos por los ranchos y pueblos molestando a las mujeres que se encontraban en pozas y ríos». El osado es un joven que había llegado a la mayoría de edad, llamado Dionisio, quien fue a bañarse al río Sabinal, desobedeciendo las advertencias de los adultos. El joven se bañaba plácidamente, cuando oyó aplausos cada vez más fuertes, seguido de un silbido desgarrador; de inmediato emergió una hermosa mujer a quien quiso conquistar, por lo que nadó hacia ella. Pero, de pronto, la mujer llegó hasta el tronco de un sabino. Los intentos de atraparla, tras una larga persecución entre la maleza, el agua y el lodo, fueron en vano. Finalmente, la mujer apareció donde estaba el sombrero del joven, lo llenó de agua azufrada y se lo puso en la cabeza. Dionisio empezó a desfigurarse y a sentir un dolor insoportable en el cuerpo y, como pudo, logró escapar y llegar al pueblo para pedir ayuda. Pero nunca fue el mismo. Su cuerpo quedó desfigurado.

La tercera versión, quizá la más truculenta, se sitúa en Terán (Gómez León 2016, 44-47), una de las agencias municipales de Tuxtla. El acosado es Hercilio, mejor conocido como Chilo, un jovencito que acostumbraba bañarse en las pozas del río Sabinal, a quien su madre le había advertido que no debía tardarse mucho porque ahí se aparecía la Tisigua. Chilo se burló de ella e hizo su voluntad. Se desnudó dejando su ropa en las ramas de un sabino y se lanzó a lo más hondo de una poza; cuando ya estaba enjabonándose para salir, escuchó a sus espaldas palmadas y un silbido tenebroso y pronto vio junto a él «una mujer muy hermosa, completamente desnuda» que «era rubia, de ojos azules y de nariz bien perfilada» y quiso poseerla, «a pesar de que no tenía experiencia con las mujeres». Pero la seductora pronto apareció detrás del tronco de un sabino y Chilo quiso seguirla, pero ella flotaba entre espinos y ramas filosas. Aunque pensó que estaba frente a la Mala Mujer, persistió en su intento, hasta que ella apareció donde había dejado su ropa, tomando su sombrero, al que llenó con agua lodosa de la orilla «y en un santiamén se lo encasquetó en la cabeza». Chilo sintió el olor a azufre mientras «la mujer empezó a carcajearse diabólicamente», «aplaudiendo a rabiar». La mujer «desapareció del lugar, dejando al muchacho aturdido, alelado, con la mirada fija, perdida, sin que pudiera articular ninguna palabra… como si de repente hubiera enmudecido, y así pasó mucho tiempo y se hizo de noche, pero el muchacho no se dio cuenta del tiempo transcurrido».

Preocupada por el joven, su familia salió a buscarlo y lo encontró desnudo, mudo y lívido, sin poder articular palabra. Luego llamaron a Don Melquiades para que lo curara de espanto, quien lo hizo a la orilla del río, cubriéndolo con su camisa sudada, llamando al espíritu del joven a ocupar su cuerpo y rezando todo el santoral que se sabía. Pero la cura de 9 días no tuvo ningún éxito. Chilo nunca recuperó la razón y, aunque en casa tenía comida y bebida, acabó mendigando alimento por las calles de Terán.

La cuarta y última versión tuxtleña, contada por Rosel Hernández, presenta una novedad, pues el acosado es un héroe solar que sabía muy bien cómo acabar con la Mala Mujer (Aguilar Tamayo, 281-282). Se trata del abuelo del informante, quien era campesino cuando ocurrió su encuentro con ella. Un día que estaba trabajando en su milpa, vio en el camino a una mujer que se le acercaba. Tenía la apariencia de Ángela, su mujer, pero cuando estuvo cerca de él vio que no era ella. La Mala Mujer lo saludó diciéndole que iba a visitarlo porque siempre lo había seguido y veía que no le hacía caso; quería que dejara a su mujer para irse con ella. Pero, como los hombres de aquellos tiempos, el campesino estaba preparado con una aguja y le siguió la corriente dejándola acercársele. Cuando estuvo a su alcance, le pinchó la cabeza con ella; la mujer se desvaneció y su cuerpo se convirtió en majagua (hojas secas de mata de plátano).

Copoya significa en zoque «lugar de luna llena o donde brilla la luna», es una delegación de Tuxtla que se sitúa al sur de la capital y a un costado del cerro de Mactumactzá, sobre la meseta de Suchiapa, a una altura de 840 metros sobre el nivel del mar. En las leyendas y testimonios que se cuentan en este lugar montañoso donde también pasa el río Sabinal (Aguilar Zenteno 2011, 61-65), los asediados suelen ser jóvenes, caminantes solitarios, mujeriegos y borrachos. La Mala Mujer no sólo se aparece por las noches, sino también durante el día. Su hábitat son las montañas donde viven los animales salvajes y tiene por amigas a las víboras grandes. Suele aparecer, además de las montañas, en los arroyos del río Sabinal, en el campo, en las colonias, en el monte, debajo de los árboles, barrancos, caminos y cerros. En principio, aparece en la forma de algún familiar del hombre, con el rostro cubierto, porque en realidad tiene cara de boa y se convierte en víbora. A veces se le describe como una mujer alta y flaca que flota al caminar, o vestida de novia volando con el viento, de una altura de 3 metros. Su intención es burlarse, espantar y extraviar mentalmente a los hombres, quienes en ocasiones terminan muertos de miedo al ver su rostro de víbora o su transformación. Los métodos que utiliza en los arroyos del río Sabinal no varían respecto de las versiones de Tuxtla; y en los cerros y montes, los hace perder el camino. Lo interesante de estas versiones es que los transmisores tienen la creencia de que es «Dueña» de la noche, las montañas y de los animales salvajes, o bien que es un espíritu «de la tierra» que se transforma de diferentes maneras. También creen que su misión es poner un límite a los hombres, para que no «se metan» con todas las mujeres.

Ocozocoautla de Espinosa, que en náhuatl significa «bosque del ocozote u ocote», es un lugar de vegetación selvática, cuyo territorio abarca, en su mayor parte, las montañas del norte y, en una tercera parte, la depresión central del sur. Su altitud va desde 100 hasta 1, 800 metros sobre el nivel del mar. En la versión que tenemos de este lugar de bosques selváticos y montañas (Gómez León 2016, 317-334), el perseguido de la Tisigua –también conocida como la Tishanila, Yegualcihuatl o la Mala Mujer– es un borracho y mujeriego llamado Aurelio Jiménez, agricultor y matancero, que iba de Ocozocoautla al ejido de Las limas por una res y retrasó su regreso a casa porque estuvo tomado aguardiente. Aunque logra escapar de la fatalidad característica de estos encuentros, esta versión es interesante por cuanto encontramos otro sitio donde suele aparecer nuestro personaje, que se relaciona con la acción de echar a sus víctimas a las pailas de miel caliente. Aquí la Tisigua se aparece entre los cañaverales y lleva a Aurelio a un pantano cerca del río, procediendo con el mismo método de llamarlo a señas y esquivarlo con su rápida marcha flotante. Aunque el matancero queda hundido en el pantano y mientras ella ríe a carcajadas logra ver su rostro de calavera, pudo sobrevivir debido a que «se puso a rezar en dialecto» y huyó arreando a la res que aún estaba a la orilla del río. Al llegar a casa, luego de contarle a su mujer su encuentro con la Tisigua, ella le reclama su conducta disoluta, diciéndole: «¡Ya lo vites Aurelio [cómo] sos de cabrón, por andar hondeando la cola, los sustos que me metés!» Esta versión también reafirma que la Mala Mujer «confecciona su ropa con tiras de majagua» (corteza seca de la mata de plátano) y también se le aparece a los trasnochadores, «para tentarlos y extraviarlos en montañas y pantanos, de donde salen locos o enajenados y ya nunca vuelven a ser los mismos».

El último texto es un testimonio de Tapachula (Adame 2015), donde predomina la etnia mam. Geográficamente, está en la frontera con Guatemala y abarca desde los altos hasta la costa, debido a que se sitúa en la estrecha llanura costera y la vertiente sur de la Sierra Madre, conocida como la región del Soconusco. En mam, lengua de raíz maya-quiché, ésta era conocida como Zaklohpakab, que significa padres, antepasados o ancestros; mientras que el nombre de Tapachula es de origen náhuatl y significa «tierra anegadiza o lugar inundable». En este lugar nuestro personaje recibe el nombre de Titchanila o Mala Mujer y se concibe como un ánima que espanta a los hombres, cuyo locus es el campo, fuera del panteón. Se le describe como una mujer de belleza extraordinaria, de vestimenta sensual y provocativa, con rostro de calavera. Sus presas siempre son hombres que, al verla, caen «muertos de susto» en el lugar del encuentro. Al ser descubiertos al día siguiente, «notan que sus ojos están abiertos y en sus rostros se dibuja un rictus de horror». Incluso cuando las autoridades investigan el caso y practican la autopsia, el resultado es un infarto, pese a que a menudo se trata de hombres sin previos padecimientos cardíacos.

La Tisigua y lo sagrado

Sabemos que los mames integran la etnia más antigua de los mayas. De acuerdo con Quintana Hernández, su cosmovisión está regida por el principio de dualidad de la tradición mesoamericana; por ejemplo, al volcán Tacána y al Tajumulco se les concibe como mujer y marido dadores de vida, respectivamente, así como pilares del «Santo Mundo» que sostienen (2006, 10-12). Tienen una visión del mundo, en la que volcanes, cerros, cuevas, ríos, lagunas y cruces de caminos son lugares sagrados, donde realizan rituales, sobre todo relacionados con el calendario agrícola (23). Juan No’j, personaje que suele aparecer en cuentos y leyendas de la zona fronteriza de México y Guatemala (Rodas 2022, 400-412), es, en el imaginario mam, el dueño del volcán, con quien puede pactarse la obtención de dinero a cambio del alma, que recogerá una vez concluidos los términos del trato (Quintana, 23). Asimismo, los mames creen que dentro del volcán Tajumulco reside el dueño de los animales, a quien debe pedirse permiso para cazarlos pues, de lo contrario, el individuo puede accidentarse o no encontrar las presas (Quintana, 24).

Para los zoques, el mundo está ordenado bajo principios duales como el bien y el mal, el día y la noche, lo frío y lo caliente, la alegría y el sufrimiento. De acuerdo con Reyes Gómez (2008, 99-106), ellos creen en cuatro mundos paralelos, que se corresponden con los ciclos solares diurno y nocturno: «el Sol en su recorrido por la bóveda celeste y su posterior ocultamiento envejece, muere y se espera con ansia su renacimiento». Estos mundos o espacios paralelos son el mundo terrenal o Naas-Jama, donde el tiempo es mensurable, continuo e irreversible y corresponde al primer ciclo solar, que va desde el nacimiento del Sol hasta su ocultamiento parcial. El Tsu’an o «Encanto» corresponde al segundo ciclo solar, cuando el Sol se oculta parcialmente, momento identificado como el inicio de lo que será su «recorrido nocturno» y considerado como su ingreso al Inframundo. En él habitan sólo aquellos invitados por los dueños de los cerros. Sus ciclos día/noche tienen una relación inversa con los del mundo terrenal: cuando en éste es de día, en el Tsu’an es de noche, y viceversa. Ahí el tiempo no transcurre, por lo que sus habitantes no envejecen y tienen una vida ideal, donde sólo hay riquezas, fiesta y felicidad. Es gobernado por la deidad Kotsök pöt o Kotsök Yomo, que significa «Señor del cerro» o «Señora del cerro», respectivamente. Las versiones modernas del encanto consideran que el Señor del cerro es el Diablo, quien, mediante pactos, busca obtener el alma de los humanos, quienes a su muerte van a vivir al interior del cerro, convertidos en animales de carga para sufrir horrendos castigos como consecuencia de su avaricia. Se cree que el Tsu’an es una réplica del lugar de donde se es oriundo, con la peculiaridad de encontrarse dentro de un cerro. Se trata de un mundo alterno y paralelo a la vida que se desarrolla en el mundo terrenal, un espacio al que se puede ir, accediendo a través de una cueva encantada, o mediante el sueño especializado, que sólo pueden experimentar los jamö yoye (adivinos, brujos o curanderos).

El I’ps töjk o «Laberinto con ríos subterráneos es el umbral de la media noche»; es un estrato del inframundo ubicado al poniente, en un sitio subterráneo, donde habitan las almas de la gente que ha concluido su ciclo vital de manera natural. Sólo aquellos que llevaron una vida ejemplar podrán descifrar los caminos que los lleven a sus salidas; el resto, se perderá y andará en círculos. Quienes lo habitan pueden visitar el mundo terrenal el Día de muertos y en Semana santa, sin ser percibidos físicamente. Este espacio nos interesa especialmente porque en él viven parejas de dioses que gobiernan el mundo terrenal, entre ellos Nöwayomo[2], por cuya caracterización, como veremos, se asocia directamente con la Tisigua. Estas deidades suelen encontrarse en pareja masculina y femenina y sus poderes son duales, tales como Sawa Oko y Yach Sawa, la Mujer-Viento y el Viento-Malo, respectivamente; mientras la Mujer- Viento puede ser benévola o malévola dependiendo de las circunstancias, el Viento-Malo según creencias antiguas, castigaba a las personas perdiéndolas en las montañas si desperdiciaban la comida, ejercían maltrato familiar o eran groseras con la gente. La Mujer del Agua o Nöwayomo es la diosa que suele confundir a los hombres adúlteros, tomando la forma de su novia, esposa o amante; Mönganan, el Hombre-Rayo, su compañero, hace lo mismo con las mujeres adúlteras; se le considera el «dueño» o «señor» de las colmenas[3].

Las pesquisas del antropólogo Félix Báez-Jorge en torno a Nöwayomo entre los zoques de Chiapas durante los años 1983, 1989, 1992 y 2008, retomadas para su valoración simbólica en 2016, nos hacen saber que, desde la cosmovisión zoque-maya, la serpiente es una hierofanía acuática que en la antigua tradición mesoamericana estaba relacionada directamente con el origen de la lluvia. Y que la importancia de esta deidad en la tradición religiosa mesoamericana se debió a las contingencias ambientales de las que dependía la cosecha del maíz. Asimismo, advierte, citando a Johanna Broda, que la continuidad de la tradición mesoamericana con las actuales creencias, mitos y ritos se debe a que prevalecen «las mismas condiciones geográficas, climatológicas y de los ciclos agrícolas» (2016, 183).

Para una mejor comprensión de la relación de la Tisigua con lo sagrado y la función social que cumple en su comunidad presentamos algunos de los registros etnográficos de Nöwayomo que Báez cita en su artículo, recogidos por él mismo y otros antropólogos, así como las concepciones que se tienen de ella entre los zoques chiapanecos.

Desde su cosmovisión, las serpientes son «encantos» (wane), que antes fueron humanos y vivían con koËapLt, «patrón de los encantos y animales»; «espíritus de la montaña» que suelen transitar por cerros, cuevas y arroyos, en el entendido de que cada cerro tiene un dueño que vive adentro. Los lugares «encanto» son sagrados debido a que ahí los hombres suelen relacionarse con seres sobrenaturales y con sus ancestros. A veces se trata de lugares que no son localizables físicamente, sino que están en el imaginario de los zoques; el Cerro de la Serpiente Gigante del pueblo de Chapultenango, por ejemplo, no tiene localización precisa. Se ha documentado que estos «espíritus de la montaña» suelen asumir formas humanas y tienen la capacidad de transformarse en animales como una serpiente con cuernos, un jaguar o un perro (Báez 184-185).

En el pueblo de Tapilupa se ha registrado la presencia de onvayomo, una serpiente-mujer que «pierde a los hombres ebrios y mujeriegos en el río»; «se les aparece y los pobres caen [desbarrancados]» (188). En 1973 Báez registró en Chapultenago una versión de nowayomo, «mujer mala del agua», muy parecida a la Tisigua, excepto porque castra a los hombres durante la cópula con su vagina dentada y se vincula con el mazacoate, reptil no venenoso que contribuye a limpiar las milpas de los roedores. Nöwayomo también asume la forma de las amantes de los adúlteros para seducirlos y castrarlos. En los arroyos donde vive suele bañarse y lavar ropa en forma de una joven de larga cabellera. En otras versiones del municipio de Tapalapa, nowayomo, también conocida como nowanduxu’e («mujer que se ha hecho noche o «abuela oriunda del agua») o sirenita, es una mujer voluptuosa de larga cabellera que suele aparecer desnuda provocando a los hombres con sus enormes posaderas; también puede significar «mujer de los [v]ellos pubianos-rayo» o «mujer oriunda del agua», cuyo poder de castrar reside precisamente en sus vellos de rayo. En otra versión del municipio de Chapultenango documentada por Báez, Nöwayomo es descrita como una gran culebra habitante de los arroyos, también identificada como mazacoate, que se transforma en una joven de tres dedos en las manos, que ríe como una mujer. Su vagina es «la víbora boca amarilla», su espalda es hueca y su cabello, largo hasta las pantorrillas; suele aparecer en forma de una muchacha que lava ropa y si los hombres copulan con ella, los mata con su vagina dentada (189-190).

Para Báez, estas versiones de serpientes-mujeres telúricas y acuáticas que se caracterizan por su vagina dentada conllevan, de acuerdo con la cosmovisión zoque, un acto sacrificial que consiste en la «la castración punitiva y la antropofagia» ejecutado por una de las representaciones de la Madre Telúrica que castiga devorando, castrando y destruyendo a los transgresores de los códigos naturales y culturales (195).

Luego de revisar la cosmovisión de zoques y mames y los registros aportados por Báez, podemos llegar a la conclusión de que la Tisigua es una habitante del espacio sagrado del encanto. De hecho, en la versión de Copoya (Aguilar Zenteno, 61-65) se dice que la Tisigua «tiene por amigas a las víboras grandes», lo cual sugiere la idea de que Nöwayomo es su deidad rectora, pues, en tanto diosa del inframundo, puede tener distintas servidoras o advocaciones, de acuerdo con la antigua tradición mesoamericana. Esta idea se refuerza con otra contenida en nuestro corpus: la Tisigua es «Dueña de la noche, las montañas y de los animales salvajes»; y hemos visto que tales dueños y señores de las montañas y los animales se sitúan en el encanto. Las versiones revisadas dan cuenta de ese espacio mágico, especialmente por los efectos que la Tisigua y su locus causan en los individuos: no pueden alcanzarla, quieren defenderse y no pueden, quieren gritar, pero no pueden pronunciar palabra, se quedan mudos y el tiempo no parece transcurrir, mientras ella flota y se escabulle velozmente entre espinales y ramas filosas.

Las apariciones de la Tisigua son manifestaciones de lo sagrado porque así lo indican las creencias y experiencias de los zoques y los mames, sean concebidas en sus variadas formas femeninas, en los diferentes tipos de víboras en que se convierte, en tanto guardianas y dueñas de los montes y cerros, o bien como ánimas de mujeres seductoras hechas de aire, de humo o de corteza del árbol de plátano. En el ámbito literario bien podemos entenderla como un personaje maravilloso, en tanto que los transmisores comparten un sistema de creencias en el que su existencia es incuestionable y de cuyos castigos dan testimonio las versiones revisadas.

Báez ha puesto de relieve que Nöwayomo es una representación de la Madre Tierra que castiga devorando, castrando y destruyendo a los transgresores de los códigos naturales y culturales (195). La Tisigua, a juzgar por las versiones revisadas, también castiga asustando y, en ocasiones, destruyendo a los infractores de tales códigos. Los códigos que se comprometen son la fidelidad entre los hombres casados y la contención entre jóvenes y mujeriegos. De ahí que la función social de la Tisigua sea sancionar la infidelidad y la promiscuidad de los hombres mediante el espanto, la locura y la muerte, dependiendo de la gravedad del caso.

Es significativo que el personaje sancione asustando o causando la locura, pues el susto y la locura entre los mames son enfermedades importantes, debido a que pueden ser provocados por el hombre o por seres sobrenaturales, como consecuencia de la transgresión de las reglas de conducta del individuo en su comunidad. Para curarlo es menester que el sacerdote mam (ajq’iij) se comunique con «el espíritu de los muertos» (xewb’aj) para recoger el aliento de los asustados y de los que sufren desequilibrios mentales (mya at te tuk’al: ‘que no está consigo mismo’)» (Quintana, 34-35)[4].

Ya desde la antigua tradición mesoamericana se creía que si se accedía al placer sexual desde muy temprana edad, el individuo no estaría en posibilidad de desarrollar adecuadamente su cuerpo ni su entendimiento. Tal desgaste energético implicaba una transgresión que sería fuente de enfermedades y atraería fuerzas que dañarían a su familia, su hacienda y economía, por lo que el transgresor se convertía en un difusor del mal, en un «peligro para la salud pública». Así, la conducta sexual del individuo no sólo afectaba su salud, sino también sus relaciones sociales y su relación con los dioses. Y entendían que la transgresión por antonomasia era fornicar, por lo que el adulterio se castigaba severamente, incluso con pena de muerte. Se creía que la sexualidad era un «regalo de los dioses» que debía orientarse a la reproducción, por lo que había que «moderar el disfrute de aquel regalo» (López Austin 2010, 33-35).

Así, bien se comprende que los jóvenes púberes, borrachos, trasnochadores y mujeriegos, debidoa sus excesos y transgresiones sociales y espirituales, reciban una lección ejemplar por parte de deidades y seres sobrenaturales del encanto, que se manifiestan en múltiples y complejas hierofanías, como son los casos de la Tisigua y Nöwayomo. De aparente belleza exuberante, de insólita aparición y de horribles transformaciones, la Tisigua se inviste de sacralidad, de un poder que produce un sentimiento ambivalente, porque provoca, al mismo tiempo, veneración y temor, atracción y repulsión.

Las versiones de la Tisigua que hemos revisado muestran que, en efecto, los encuentros con ella suelen ser fatales. Sin embargo, hay un héroe solar que fácilmente se libra de ella. Ese joven campesino sabía, de alguna manera, cómo acabar con ella, muy probablemente, porque supo escuchar la voz de sus ancestros, llevando una aguja con él. Se trata de un joven casado que no cae en la tentación de la Tisigua y no duda en pincharle la cabeza. Un joven astuto que conoce muy bien el ejercicio de la contención y la abstinencia. En cambio, el grosero y osado Dionisio, quien además se burla de las advertencias, termina desfigurado con el agua azufrosa. Y el joven zoque que entra en contacto físico con ella, pierde la razón; éstos son los casos más patéticos. El borracho Abel, a quien la Tisigua asecha en las puertas de la cantina, no sufre tanto, pues sólo amanece golpeado. Y Aurelio el matancero, también borracho y mujeriego, se libra de ella porque muestra arrepentimiento, al ponerse a «rezar en dialecto».

Así, podemos concluir que los castigos propinados por la Tisigua son proporcionales a las transgresiones cometidas y responden al equilibrio corporal y a la armonía social y espiritual que su cultura exige desde tiempos ancestrales, para una saludable convivencia dentro de la familia y la sociedad.

Donají Cuéllar Escamilla
Universidad Veracruzana



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NOTAS

[1]Humo en lengua zoque.

[2] Hispanizo así el nombre de la diosa y en adelante lo cito como lo escriben los investigadores, pues cada uno lo escribe a su manera, lo que es frecuente debido a las variantes propias de las lenguas indígenas.

[3] El cuarto mundo es el segundo estrato del inframundo: Pagujk Tsu’, que corresponde a la cuarta fase del sol, cuando muere. Se trata de la «Media noche», el lugar de la «Gran Oscuridad», morada de los suicidas. Se ubica en un lugar tan profundo, que imposibilita escapar a sus confinados y propicia que experimenten la desolación, «es lugar de confinamiento eterno; el mundo de las sombras» (106).

[4] La Matki es otro personaje de la tradición nahua popoluca que habita en el encanto y castiga a los mujeriegos y cazadores furtivos, cuyo locus terriblilis es la selva. Estos personajes sobrenaturales también pueden provenir del inframundo, como es el caso de la Matlazihua oaxaqueña, quien sanciona fatalmente a borrachos y disolutos. Al respecto pueden verse mis trabajos publicados en 2023.



Encuentros fatales con la Tisigua: relación con lo sagrado y función social

CUELLAR ESCAMILLA, Donají

Publicado en el año 2024 en la Revista de Folklore número 505.

Revista de Folklore

Fundación Joaquín Díaz