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De vez en cuando –y casi siempre con motivo de una restauración de edificios históricos–, aparecen a los pies de las naves de algunas iglesias unos pozos cuyo origen y finalidad suelen quedar en el misterio más absoluto. El motivo de su presencia se explica en ocasiones con leyendas sobre la construcción del propio templo, con necesidades de drenaje y menos frecuentemente con usos mágicos que tenían lugar en determinadas fechas y horarios, casi siempre nocturnos, de cuyos rituales se derivaban sanaciones o alivios milagrosos. De entre toda esta casuística siempre me llamó la atención la referente a un «desconocido» pozo existente en la iglesia de San Cebrián de Mazote en la provincia de Valladolid. El templo, construido en la época en que los mozárabes buscaban el norte al constatar las dificultades que se les presentaban en Al-andalus aun siendo dhimmis o intocables, seguramente buscó un asiento en el que existiera ya ese manantial o acuífero al que atribuir cualidades salutíferas. Cuando a comienzos de los años 30 del pasado siglo el arquitecto Constantino Candeira propuso la restauración del edificio, documentó fotográficamente el inicio de las obras y «descubrió» el pozo. Curiosamente, no era el primer descubrimiento: a comienzos de ese mismo siglo el pintor Elías González Manso presentaba a los premios convocados por la Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción un cuadro titulado «Paso de niños enfermos por el pozo milagroso de la iglesia de San Cebrián de Mazote», que representaba la ceremonia ritual de pasar a un niño por encima de las aguas del pozo la noche de San Juan para ser curado de una hernia. En este caso, la habitual higuera o la mimbrera que abrían sus ramas para dejar pasar al infante y luego ser ligadas con la propia savia, eran sustituidas por el poder de las aguas curativas cuyo efecto iba unido a la temporalidad de una noche propicia a la taumaturgia. No sabemos cuántos niños y niñas serían pasados sobre el brocal durante siglos aunque conocemos hasta el nombre de algunos cirujanos que atendieron médicamente a la población de San Cebrián y que tendrían que soportar que se antepusieran a sus conocimientos científicos las creencias ancestrales que la tradición habría preservado en arcano popular.