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25-04-2024

Se presenta el disco «Cants Intemporals» de Xavier Ribalta en la Fundación Ramón Menéndez Pidal

25 de abril de 2024

Joaquín Díaz, José Ramón Pardo, editor del libro-disco, y el propio autor, Xavier Ribalta, presentaron el jueves 25 de abril el trabajo diseñado y maquetado en la Fundación.

José Ramón Pardo, Jesús Antonio Cid y Joaquín Díaz
José Ramón Pardo, Jesús Antonio Cid y Joaquín Díaz

Portada del libro

Cara del CD



Xavier Ribalta


Foto de grupo
Sentados, de izquierda a derecha: Jon Juaristi, Xavier Ribalta, Joaquín Díaz, Ana Valenciano y Ramón Andreu.
De pie, de izquierda a derecha: Teresa Tortella, Susana Martín Zaforas, Milagros Laín,…, Jesús Antonio Cid (Presidente de la Fundación Menéndez Pidal), José Luis Forneiro, Isabel García Muñoz, José Ramón Pardo y Sara Catalán (hija de Diego Catalán y bisnieta de Don Ramón Menéndez Pidal).




Conocí a Xavier Ribalta en Valladolid en 1968. Ya sabía que existía, porque en aquella España de los años 60, todo lo que se hacía en Barcelona o en París o en Nueva York llegaba a quien quería que le llegase, pero le conocí por fin personalmente en un recital que se hizo histórico por muchas razones. Hace poco precisamente lo recordaba con Paco Ibáñez, el otro protagonista de aquel evento -ambos constructores del proyecto inolvidable de Moshe Naim que se llamó Los unos por los otros-, y hablábamos del entusiasmo de aquella noche con un público entregado, de los problemas de los dos intérpretes con aquel dichoso censor, o inspector de la brigada político social, que quería mantener las luces de la sala encendidas para vigilar mejor cómo se enardecía la grada, de la eufórica salida del teatro Carrión y de las carreras finales delante de las porras de la policía que dejaron la calle despejada. Yo salí más tarde, después de saludar a ambos cantantes, y quedé sorprendido por la soledad de las calles. Sorprendido y tan desolado como aquellas mismas calles...Alguna vez he escrito sobre esos años. La historia de la España de la posguerra es inabarcable. Nadie podrá condensar en palabras los sentimientos, pasiones, sufrimientos e ilusiones de quienes vivimos en aquellos años. A pesar de todo, algunos poetas y músicos fueron ofreciendo su particular mirada, su interpretación casi siempre angustiada del entorno. A todos les unía la misma ansiedad por transformar la realidad, la misma voluntad de lucha contra la injusticia arbitraria o contra la opresión insensata. Hay quien opina que la censura pudo ser un acicate para la creación; un escollo que debía de salvar el autor con mucho ingenio y algo de fantasía. Me da mucha tristeza pensar que cabría una justificación, por ligera que fuese, a un acto tan manifiesto contra la libertad. Frente al hecho cierto de que quienes ejercían el oficio llegaron a hacerse comprensivos en las épocas en que comenzó a degenerar el uso y el sentido de su función, hay que tener en cuenta también que su actividad generó un miedo con frecuencia obsesivo y casi paranoico en muchas personas.

Pero vuelvo al recital: lo que más me sorprendió y sigue constituyendo hasta hoy un maravilloso secreto fue el descubrimiento de la trascendencia en la elección de los repertorios y la importancia de una buena selección de textos y melodías a la hora de comunicar, cosa en la que Xavier Ribalta y Paco Ibáñez ejercían ya un magisterio incontestable. Siempre he pensado que si hay algo de lo que puede enorgullecerse un cantante -ya hablemos de un juglar medieval o de un cantautor del siglo XXI- es de dar nueva vida a las palabras de un poeta al que elige como compañero de viaje porque le toca el corazón. Así, a la comunicación abstracta se opone el acto concreto de compartir una experiencia vital común que aporta, como en el caso del amor, frescura y pasión al acto poético o musical. De ese modo, como diría Paul Zumthor, la actuación del intérprete compromete a toda su persona: “el conocimiento, la inteligencia, la sensibilidad, los nervios, los músculos, la respiración…” Leyendo las palabras de Zumthor es evidente que no habla de juglares anónimos, de bardos transgresores, de trovadores enamorados, de actores falaces, de poetas ingeniosos, sino de “personas”, personas que traducen un compromiso –el de comunicar sabiduría y emoción- a través de su voz, que envuelve al oyente y le eleva por encima de la realidad, destacando al mismo tiempo su pertenencia a una tierra y a una cultura y subrayando con trazos indelebles el valor mítico de la memoria. Personas especializadas, pues, en un acto de comunicación que consiste en recibir y dar en constante alternancia: primero se forma la mentalidad (que sirve para entender) y la memoria (con el fin de aprender, interiorizar y recordar), para después utilizar la voz, el ritmo y el gesto en el acto de entregar. Tendríamos que preguntarnos si han pasado realmente ocho siglos porque el oficio de juglar sigue siendo ahora tan necesario como entonces.

Rafael Alberti escribió de Xavier Ribalta que no se parecía a los demás cantantes o cantautores de su época porque su voz era más terrestre, "como salida del fondo de una hondonada natural, en busca de la ancha expansión del viento libre y expresada en esa bella lengua de la tierra áspera". Es hermosa la definición, como todas las cosas que tocaba o decía Alberti, pero tal vez es solo una bonita descripción de la parte más evidente de Xavier, esa que le une a un lugar y a una lengua. Yo añadiría que una de las grandes cualidades que adornan a Xavier Ribalta, y que probablemente tenga que ver con su elegancia humana y con su capacidad de reflexión, es su tremenda habilidad para descubrir la poiesis en un mundo que camina precisamente en dirección contraria. A lo largo de casi treinta cuidadas ediciones a cuál más interesante y novedosa ha ido seleccionando poetas y poemas imprescindibles. En la nómina, nada menos que Joan Maragall, Salvador Espriu, Apelles Mestres o Joan Margarit artistas completos y universales.

Al escuchar a Xavier me he acordado muchas veces de que, nada más entrar en la universidad preferí doctorarme en Brassens antes que en derecho romano. Elegí con plena consciencia el misterioso jardín de las palabras y nunca me he arrepentido, porque es a jardineros como Xavier, o como Paco Ibáñez, a quienes debo los mejores momentos de mi vida. Fueron ellos quienes seleccionaron las flores más intensas y fragantes y quienes educaron mis sentidos.

Del repertorio que ha seleccionado Xavier para este disco libro me quedo con tres temas: “Duérmete fiu del alma” porque es una canción que me habla de mis propios orígenes, “Al vent” porque forma parte de mi propio repertorio durante los años como intérprete y “Grandola vila morena” porque tiene recuerdos inolvidables de Portugal: el año 1968 fui invitado por Movieplay Portugal -donde estaba de director Carlos Pérez Alvaro y de jefe de promoción Antonio Rolo Duarte- a hacer una gira por el país con muchos recitales y programas de televisión. Antes de la actuación en el teatro Vilaret de Lisboa, unos amigos del partido comunista portugués me llevaron a su casa de Oeiras para una reunión con otros cantantes portugueses como José Afonso dos Santos o Mario Correa de Oliveira. El encuentro -en un piso pequeño y como piojos en costura- me permitió escuchar de forma casi íntima (José Afonso estaba tan pegado a mí que casi podía susurrármelo) el tema que luego sería el comienzo del levantamiento contra Marcelo Caetano. Recuerdos y vivencias que hay que agradecer al gran cantor Ribalta.

Joaquin Diaz